(Madrid).- La democracia argentina aún no ha resuelto las desigualdades que reproduce el propio sistema de salud. Si bien la población en su conjunto tiene la posibilidad de acceder a los servicios ofrecidos por el sector público, aún persisten brechas importantes y asignaturas pendientes, especialmente en lo relativo a su calidad.

Por un lado, el gasto total en servicios de atención de la salud supera el 8,5% del PIB, uno de los niveles más elevados de América Latina. Por el otro, existe una deuda social con las poblaciones más pobres.

El sistema de salud en Argentina es uno de los más fragmentados y segmentados de Latinoamérica. Está compuesto por los sectores público, privado y del seguro social. Uno de cada tres argentinos cuenta solo con el primero, que está conformado por los ministerios nacionales y provinciales, y la red de hospitales y centros de salud que prestan atención gratuita a toda persona que lo necesite. El privado incluye a más de un centenar de entidades de seguro voluntario llamadas empresas de medicina prepaga. Por último, el seguro social obligatorio está organizado en torno a las obras sociales, nacionales y provinciales, que es una cobertura adicional para los empleados registrados.

Cada una de las 23 provincias —el equivalente administrativo a las comunidades autónomas en España— retiene su autonomía en materia de salud. A su vez, coexisten unas 300 obras sociales. La desigualdad queda manifiesta cuando se observa que en la capital del país hay 10,2 médicos y 7,3 camas por cada 1.000 habitantes, frente a 1,2 y 1,1 respectivamente para la provincia de Misiones.

El 100% de la población argentina, los ciudadanos, los residentes, incluso las personas en tránsito, tiene derecho a atenderse en cualquier establecimiento del sistema público del país. Pero esto no significa que no existan barreras geográficas o culturales que dificultan la atención oportuna. Tampoco garantiza la calidad. Existen diferencias muy importantes en los resultados entre las provincias más pobres y las más ricas, explica el ministro de Salud, Adolfo Rubinstein. Aunque asegura que médicos no faltan: Hay más clínicos que especialistas y están mal distribuidos.

El 80% de los servicios de salud fueron construidos en un determinado momento histórico: durante el ejercicio del primer ministro de Salud Pública de la Nación, Ramón Carrillo, a principios de los años cincuenta. Hoy tenemos un cuello de botella. Si en aquel entonces el sistema de salud público se pensó para dos millones de personas ahora asisten alrededor de 15. Una sobredemanda del sector público es lo que se observa cuando se recorre el país. Eso hace que el sistema ponga barreras de acceso. La democracia argentina tiene una deuda con su sistema de salud, enfatiza Gonzalo Basile, director general para América Latina de Médicos del Mundo.

Las desigualdades también se reproducen al interior de Buenos Aires. Según el Informe de coyuntura la ciudad en deuda, en la capital argentina el 20% cuenta solo con el sistema de salud público. En los barrios del sur se encuentra la mayor cantidad de personas cubiertas exclusivamente por este, mientras que en el norte, la mayor parte tiene obra social o prepaga mediante contratación voluntaria.

Para Rubinstein, uno de los objetivos más importantes es ampliar la cobertura universal de salud con efectividad, equidad y calidad. Si bien el programa se anunció en 2016, a fin del año pasado comenzaron con una prueba piloto en la provincia de Mendoza. El ministro explica que esta estrategia tiene tres ejes: la cobertura territorial con equipos de salud familiar; el fortalecimiento de los sistemas de información como la historia clínica electrónica; y comenzar a definir entre el ministerio nacional y las provincias cuáles son las cuestiones en las que no están dispuestos a tolerar disparidades sanitarias.

Los ejemplos internacionales muestran que los sistemas universales de salud son los que mejor pueden resolver estas problemáticas. Sin embargo, una reforma de ese tipo debe chocar con un conjunto heterogéneo y poderoso de intereses que incluyen a laboratorios, empresas de medicina prepaga, sindicatos, corporaciones médicas, entre otros, señala Matías Ballesteros, doctor en ciencias sociales y especialista en sociología de la salud.

Por otro lado, Ballesteros asegura que los sectores de menores recursos son quienes en menor medida realizan estudios y consultas médicas preventivas, consultas odontológicas o consultas de salud mental. Como además son los sectores con mayor carga de morbilidad, en muchos casos se da la situación paradójica de que quienes más necesitan utilizar los servicios son quienes menos lo hacen.

Para la investigadora del Instituto de Investigaciones Epidemiológicas de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires, María Eugenia Esandi, las dificultades en el acceso se traducen en muertes, injustas y evitables: La falta de acceso a medicamentos, los tiempos de espera para acceder a una cirugía, las dificultades para acceder a algún tipo de tratamiento oncológico, son todas formas en las que se manifiesta la inequidad.

En relación con la infraestructura, Esandi comenta: En 2016, el gobierno provincial impulsó un plan de fortalecimiento hospitalario, en el que se priorizaron los servicios de emergencias y quirófanos, para el cual se destinó una inversión inicial de 1.000 millones de pesos argentinos [unos 34 millones de euros]. Sin embargo, se ha estimado que para recuperar y poner los hospitales provinciales en condiciones, será necesario sostener la inversión durante por los menos ocho años, lo cual subraya la importancia de contar con programas de inversión permanente.

Enfermedades vinculadas a la pobreza

La desigualdad en la salud de los argentinos también se puede comprobar con la distribución de las enfermedades que típicamente se ensañan con la pobreza, como la tuberculosis o el mal de Chagas. En Argentina se calcula que más de un millón y medio de personas padecen este último, o sea, un 4% de la población. Este es uno de los principales problemas de la salud pública en la región chaqueña, ya que el insecto que la transmite habita en áreas rurales de clima cálido y seco. Además, anida en las casas con paredes sin revoques, techos de paja y corrales o gallineros. La enfermedad se relaciona con las condiciones de mantenimiento de las viviendas y puede llegar a ser mortal.

Entre las distintas provincias también se observan profundas desigualdades en relación con la tuberculosis. Salta, Jujuy y Formosa tienen tasas de 47,8, 47 y 39,2 por cada 100.000 habitantes, más del doble de la media nacional.

Según el ministro de Salud de la Nación Argentina, si bien en el país todavía hay bolsones de chagas y tuberculosis, el 80% de las muertes y discapacidades tienen que ver con dolencias crónicas como las cardiovasculares, el cáncer y la diabetes. Las nuevas enfermedades de la pobreza están asociadas a estilos de vida, destaca Rubinstein.

La forma de lograr un menor impacto con estos males es aumentando la inversión en prevención. Es muy importante la detección temprana y democratizar el acceso a la prevención, destaca Daniel Maceira, investigador del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (Cedes).

Fuente: El País