(Montevideo).- La continuidad de Luis Almagro como secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) garantiza que se mantenga la mano dura contra regímenes dictatoriales como los de Venezuela y Nicaragua que van a seguir bajo escrutinio permanente. Almagro ha mantenido una posición inflexible, que le ha generado loas y críticas por igual. En los próximos cinco años la OEA deberá mantener no solo su grado de relevancia, sino maniobrar con certeza en la región tras los efectos que deje la actual pandemia.

La organización, acorde con las realidades políticas del hemisferio, pasó de su control por parte de la Venezuela de Chávez y sus aliados, durante más de quince años, a la actual situación, en donde Estados Unidos y otros países han puesto a raya al socialismo del siglo XXI. Esto ha generado una fragmentación que acabó con la tradición de alcanzar decisiones por consenso y, por consiguiente, privilegiar la votación para llegar a decisiones importantes. Cuando el reelecto secretario general llegó a la OEA, en 2015, fue la única voz, a escala internacional, que denunció el autoritarismo del régimen de Caracas. En adelante rompió la inercia del papel que le correspondía, para asumir posiciones más radicales con respecto a Maduro y a Daniel Ortega. Esto generó las primeras críticas, pues su proactividad contrastó con la pasividad de la mayoría de los países miembros.

En torno a su reelección hubo controversia. Paradójicamente, por no contar con el apoyo del entonces gobierno de Tabaré Vásquez, en Uruguay, fue presentado como candidato por Colombia y no por su propio país.

Su mayor reto seguirá siendo la muy compleja situación por la que atraviesa Venezuela. Luis Almagro ha sido un abanderado de la postura de que con una dictadura no se puede negociar, en especial luego de los reiterados diálogos fallidos del pasado, que fueron utilizados por el régimen para ganar tiempo. En esto ha tenido total coincidencia con varios países de la región, en especial Colombia, Estados Unidos, Brasil y Chile, que se han convertido en sus principales defensores. Sin embargo, la realidad política tiene a Maduro apuntalado en el poder. El apoyo irrestricto de las fuerzas armadas en el ámbito interno, así como de Rusia, China y Cuba en lo internacional, le han permitido sortear el fallido cerco diplomático, así como las sanciones económicas que se han aplicado en su contra. Como carta de negociación, durante las últimas semanas Maduro ha jugado de nuevo la oferta del diálogo y de reestructurar el Consejo Nacional Electoral, que maneja a su antojo, para dar paso a elecciones.

Con respecto a Colombia, organizaciones de derechos humanos y de la sociedad civil le criticaron a Almagro en su momento el apoyo incondicional al gobierno del presidente Iván Duque, en especial con respecto a la gravedad del tema de los asesinatos de los líderes sociales y los desmovilizados de las Farc. En este aspecto se espera que la gravedad de la situación por la cual atraviesa el país en materia de derechos humanos motive posiciones más críticas de su parte, sin desconocer los esfuerzos que hace el Gobierno para paliar la situación.

Luis Almagro le dio un nuevo aire a una desgastada OEA y la ubicó en el centro de los debates políticos más importantes de las Américas. Su talante vertical debe conducirlo a no cejar en su empeño, denunciando todas las situaciones que pongan en entredicho la democracia y los derechos humanos en la región.

Fuente_ El Espectador