(Buenos Aires).- Además de los conocidos síntomas que genera el jet lag o la fatiga en personas que trabajan de noche, la literatura científica acumula evidencia sobre la relación entre la disfunción del reloj biológico y la susceptibilidad al desarrollo de ciertos tipos de cáncer, enfermedades cardíacas, diabetes tipo II, infecciones y obesidad.

El reloj biológico determina los momentos de máxima alerta, de mayor coordinación manual y de aumento de la fuerza muscular. “También regula el sistema inmune, la digestión, la temperatura corporal, la presión arterial, el funcionamiento de los riñones, la frecuencia cardíaca y la secreción de hormonas como la melatonina, asociada con el buen dormir; o marca los ritmos de ovulación cada 28 días”, afirma Fernanda Ceriani, jefa del Laboratorio de Genética del Comportamiento de Fundación Instituto Leloir. “Su buen funcionamiento es clave para la salud”, señala la doctora, quien también es investigadora principal del CONICET y ganadora del Premio Nacional L’Oréal-Unesco Por la Mujer en la Ciencia 2011.

El reloj biológico central, según sus palabras, “está formado por neuronas reloj cuyos engranajes son un conjunto de proteínas capaces –en su conjunto– de medir el paso del tiempo. Se encargan de regular una amplia gama de procesos metabólicos, fisiológicos y comportamentales para que ocurran en los momentos más adecuados del día”.

El laboratorio que ella lidera a descubierto que un neurotransmisor, la glicina, “ayuda a sincronizar a la ‘orquesta’ que forman los distintos relojes circadianos del cerebro. Además identificamos la enzima que produce ese neurotransmisor, el transportador que lo desplaza y algunos de sus receptores”.

Esto significa que “el bloqueo de algunos receptores de glicina produce un comportamiento del sueño y vigilia totalmente caótico”. Y añade en una entrevista que publica Instituto Leloir: “Los animales pierden la capacidad de organizar temporalmente su actividad a lo largo del día, lo que en la jerga describimos como ‘arritmicidad’”.

Hace algunos años ya descubrieron que parte de las neuronas reloj cambian su conectividad (“su capacidad de contactar y comunicarse con otras neuronas”, explica) a lo largo del día. De esta forma, se cuestiona el dogma que sostiene que, una vez desarrollado, el cerebro adulto se mantiene invariable.

“Este mecanismo aportaría formas adicionales de regular procesos fisiológicos cruciales para el organismo –continúa–. Como corolario de este trabajo (publicado en ¨PLoS Biology¨ en 2008 y en “Current Biology” en 2014) propusimos que los cambios que sufren estas neuronas reloj serían los responsables de impartir información temporal día tras día a otras neuronas del cerebro que no albergan relojes biológicos”.

En la actualidad están realizando estudios para identificar cuáles son los neurotransmisores que las neuronas reloj liberan al conectarse entre sí, el modo de mantenerse sincronizados (en la misma hora), y de qué manera esta sincronización se va alterando a lo largo de la vida a medida que envejecemos. “Nuestros resultados abren muchos más interrogantes de los que cierran. Dada las similitudes de los procesos que ocurren en el reloj biológico de Drosophila y el de los mamíferos, es de esperar que lo que aprendamos conduzca en el futuro a diseñar tratamientos para trastornos derivados de su disfunción”, concluye.

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