(Buenos Aires).- El dueño del Grupo Insud habló en exclusiva con Clarín. Responde a los ataques sobre sus vínculos con el Gobierno y da detalles sobre la vacuna de Oxford. Además, opina sobre la cuarentena, la pobreza, la grieta y el DNU de las telecomunicaciones.

Tras una carrera dedicada a fabricar medicamentos, ¿cómo vive la oportunidad de hacer una de las vacunas contra el coronavirus?
Es un regalo que me dio la vida. Esta vacuna de la Universidad de Oxford y AstraZeneca viene con una decisión histórica: distribuirla sin fines de lucro, de forma proporcional y garantizando una cantidad mínima a cada país. Y se empieza a producir a riesgo, porque aún no está aprobada. En total serán 2.200 millones de dosis. En Latinoamérica, el laboratorio habló con la Fundación Slim y nos buscaron a nosotros por nuestra experiencia en Mabxience, para producir el principio activo. AstraZeneca comercializará la vacuna y la demanda mundial es enorme por la diferencia de precio. Costará alrededor de 4 dólares. La de Moderna se va a vender a 32 dólares; la de Pfizer, a 18; la de Johnson & Johnson, a 10.

Cuándo Alberto Fernández anunció el acuerdo con AstraZeneca dijo que eso permitiría que la vacuna llegue a la Argentina entre 6 y 12 meses antes. ¿Por qué sería así si antes debe ir a México y luego se distribuirá?
Creo que se refería a lo siguiente: en la epidemia de Gripe A, de 2009, ningún país de la región tuvo acceso a la vacuna al mismo tiempo que Estados Unidos y Europa. Había escasez y los gobiernos exigieron a las compañías que les entregaran primero a ellos. Ahora toda Latinoamérica tendrá la vacuna antes de que si AstraZeneca no hubiera hecho este acuerdo con Argentina y México.

¿El Gobierno ayudó a cerrar el acuerdo entre Mabxience y AstraZeneca?
No. Lo que sí tuvimos fue el acompañamiento moral y afectivo del ministro Ginés González García, a quien yo le informé cuando el acuerdo estaba bastante avanzado.

Además de fabricar la vacuna de Oxford, el Grupo Insud ensaya una de las vacunas chinas y el suero equino hiperinmune. ¿La pandemia es también una gran oportunidad de negocios?
Es incierto. De la vacuna china no tenemos una licencia. El laboratorio Sinopharm habla directamente con el gobierno argentino. A nosotros nos pidieron ocuparnos de una parte del estudio clínico que están haciendo en el mundo. Por otro lado, el suero equino hiperinmune nos genera mucho entusiasmo. Si funciona, tanto en la venta local como en la exportación puede ser una oportunidad comercial para una empresa tan joven como Inmunova. Estamos en una negociación avanzada con dos empresas indias y nos están pidiendo el producto de muchos países.

¿Qué otros temas de salud pública le preocupan?
Nuestro negocio es distinto en Argentina que en Estados Unidos, Europa y Asia. Son mercados diferentes. Argentina representa para nosotros un 15 por ciento de nuestras ventas. Y lo que siempre buscamos es favorecer el acceso a los medicamentos. Cuando nos metimos en biotecnología con Mabxience fue para ayudar a resolver temas de la salud que antes eran imposibles de solucionar. Es como poner una bala en el lugar justo, apuntar con más precisión. Pero el costo de esos medicamentos para gobiernos, prepagas y obras sociales es muy oneroso. Los biológicos representan el 5 por ciento de las unidades que se venden en el mundo y en valores son el 25 por ciento. Entonces trabajamos en los biosimilares, que son como los genéricos de la biotecnología. En la Argentina son genéricos de marca. Otra parte es el trabajo desde la Fundación Mundo Sano, que dirige mi esposa, contra enfermedades de la pobreza, que no deberían existir: Chagas, parasitosis, Leishmaniasis.

Dijo enfermedades de la pobreza. ¿Por qué ningún gobierno logra combatir la pobreza?
Creo que como generación hemos fracasado. No hemos sido capaces de resolver la pobreza estructural, hacer un buen país. Hemos ido para atrás, con diferentes gobiernos. Sería necesario una gran coincidencia nacional en objetivos de largo plazo, sin políticas económicas pendulares. Una actitud patriótica sería el esfuerzo de todos de buscar coincidencias. En la Argentina hay una gran desmoralización. Unos y otros se atacan y denigran. Las diferencias políticas existen. Los matices, también. ¿Pero quién no está por una educación para todos, más trabajo, vivienda, que las pymes se desarrollen y las grandes empresas se internacionalicen? Los enfrentamientos son tan grandes.

Con la cuarentena, por ejemplo, hubo un consenso inicial. Luego, su prolongación en el tiempo provocó polémica. ¿Podría haber durado menos?
Es difícil opinar sobre lo que ha hecho cada gobierno en la gestión de un problema tan complejo. Alemania, por ejemplo, considera que su economía mejoró ahora porque la caída del PBI en vez del 11 por ciento será del 9,5 por ciento. Los gobiernos hacen lo que pueden. Pero cuando vi sentado al Presidente con Rodríguez Larreta y Kicillof me produjo una alegría extraordinaria. Nos pusimos de acuerdo una vez frente a un problema complejo.

Usted fue militante en el Partido Comunista. ¿Por qué decidió ser empresario?
Se juntaron varias cosas. Cuando empecé a viajar me di cuenta de que la economía de los países comunistas no funcionaba. La libertad de las personas estaba restringida. Y había un exceso de burocratización. Al conocer la realidad española vi que la economía social de mercado era un sistema que generaba más bienestar, más libertad y mayor participación de la ciudadanía. Combinaba el mercado con un ojo atento del Estado en la búsqueda del bienestar de la población. Nunca abandoné la idea de que teníamos que tener una sociedad mejor.

- ¿Y cómo surge el empresario?
Me vine a España en el 76, meses después de que se instalara la dictadura militar en Argentina. Estaba asustado. Yo era psiquiatra, trabajaba en el hospital y habíamos tenido la desaparición de una compañera. Cuando llegué a España tenía una depresión terrible. Estaba allá pensando cómo estaba la Argentina. Mi suegro, que tenía laboratorios, me dijo que hiciera un master en Administración de Empresas. Ahí empecé a interesarme por los negocios. Me resultaba difícil el catalán para ejercer la psiquiatría en Barcelona. También había un problema económico. No me fui con mucho dinero de Argentina y con Silvia teníamos dos hijos.

¿Abandonó la psiquiatría definitivamente?
Sí, mientras trabajé en el hospital y tuve un sueldo, viví feliz. La medicina privada me trajo tres conflictos: trabajar solo sin compartir las tareas con mis colegas no me resultaba tan atractivo; cobrarle a un enfermo no me resultaba cómodo y si el objetivo de mi práctica profesional era también asegurar el bienestar económico de mi familia, creí que lo podía lograr con más seguridad siendo empresario.

¿Como financió el crecimiento del Grupo Insud, desde el primer emprendimiento en Barcelona a la multinacional que es hoy?
Comenzamos con una empresa comercial. Comprábamos materias primas farmacéuticas de fábricas europeas para venderlas en Sudamérica. Tuvimos la ayuda de mi suegro. Nos daba la preferencia de vender las materias primas a sus laboratorios. Y además nos prestó 400 mil dólares, en 1976. Él también me presentó a sus amigos europeos. Conocí a mucha gente. Otro factor que influyó fue que los que manejaban el negocio de las materias primas, los italianos, no eran profesionales. Eran comerciantes. Mi esposa y yo éramos profesionales. Para muchos encontrarse con gente que conocía los productos y les daba sugerencias era valioso. Pero el comercio solo no me gustaba. Estaba entre el fabricante y el laboratorio y me sentía incómodo. Entonces conocí a un técnico extraordinario, italiano, del que me hice muy amigo, y juntos fundamos la primera compañía de desarrollo tecnológico de materias primas. Luego nos hizo crecer mucho reinvertir siempre las ganancias. La vida te va llevando.

Usted dice que Argentina hoy representa el 15 por ciento de su facturación. Pero una parte de la opinión pública cuestiona sus vínculos y negocios con el Estado.
A mí se me ha atacado, se inventan historias y me pregunto por qué. Creo que buena parte de eso es porque alguna gente no me ve como un empresario tradicional. Y Argentina está muy polarizada. Amigo-enemigo es una característica del país. De 2004 a 2020 invertimos en Argentina 350 millones de dólares en distintos emprendimientos. Yo, el único negocio que tengo con el Estado es mi participación en Sinergium, uno de los orgullos personales más grandes de mi historia personal. Surgió en 2009 con la Gripe A. Argentina no tenía vacunas. En Brasil, Dilma Roussef me había contado sobre un modelo de negocio por el cual si una empresa invertía para fabricar productos que el país importaba, el Estado le daba el beneficio de comprárselo de forma exclusiva.

¿Cómo nace su vínculo con el ex ministro de Salud Juan Manzur?
Lo conocí de un modo tremendamente azaroso. Cuando se produjo la Gripe A me cita en su despacho Lino Barañao, que quería ver si nosotros podíamos ayudar a fabricar la vacuna. Ahí estaba Manzur. Me pidió que le contara todo lo que estábamos haciendo. A la semana vino con todo su equipo y se quedó entre cinco y seis horas escuchando. Cuando volví de Brasil le propuse fabricar la vacuna de la Gripe A en el país, a través de un convenio con Novartis, si el Gobierno hacía un convenio a largo plazo. Manzur me llevó a ver a Cristina Kirchner y ella decidió hacer una licitación que ganamos entre Novartis, Elea y Biogénesis. Una condición era que el precio de referencia debía ser el fijado por la Organización Panamericana de la Salud.

¿Cuántas vacunas le vende al Estado?
Hoy, por ese contrato se fabrican tres vacunas: la de la gripe, neumococo y HPV. Sinergium factura unos 100 millones de dólares. Nosotros tenemos un tercio de la compañía. Eso, para nosotros, representa el 1,5% de toda la facturación del Grupo Insud. Hay mucha mala fe al decir que vivimos del negocio con el Estado. Lo mismo cuando dicen que yo vendo la vacuna del Covid-19. Yo no vendo la vacuna, vendo el principio activo. La vacuna la vende AstraZeneca. A veces me pongo a pensar por qué las buenas noticias no se disfrutan, por qué transformamos todo en malas noticias.

En los últimos días también se conoció un informe sobre un supuesto sobrante de 30 millones de vacunas entre 2010 y 2017.
Eso no es cierto, absolutamente. Argentina tiene el programa de vacunas universal, gratuito y obligatorio más extraordinario del mundo. Nosotros vendemos tres de las 16 o 18 vacunas que compra el Ministerio de Salud. El Gobierno les entrega las vacunas a las provincias. La de la gripe se distribuye en más de 8.000 centros de vacunación. Hay lugares que informan cuántas aplicaron y otros que no, porque son pueblos o lugares chicos. Entonces cuando aparece que sobraron vacunas, en realidad no sobraron. Algún año sobra y otro año falta.

¿Tuvo influencia en la designación de ministros de Salud?
No, jamás tuve influencia. (Piensa) Se escribió que quería poner a Manzur de ministro y que Cristina Kirchner lo bloqueó por sus relaciones con gente de los anteriores servicios de inteligencia. Yo a Manzur lo quiero mucho. Pero con Ginés fui a la misma escuela secundaria. Lo conozco hace muchísimos más años. A Alberto Fernández lo habré visto cinco veces en mi vida. Las recuerdo una por una. Las primeras dos en la época de Néstor Kirchner. No digo que soy enemigo de Alberto Fernández, pero no tengo una relación con él. Es un gran invento que le financié su campaña. ¿Pero qué voy a hacer? Si tengo que salir a desmentir cada una de esas cosas...

¿Tiene mejor relación con Cristina Kirchner que con Alberto Fernández?
Es que no tengo relación ni con Cristina ni con Alberto. A Cristina Kirchner, cuando ella era Presidenta la vi varias veces: cuando viajó con la delegación oficial a España, a China, en algunos actos y desde que ella no es Presidenta la vi una sola vez.

Ahora aparece en el centro de otra polémica: ambientalistas que se oponen a la posibilidad de fabricar carne de cerdo para China, por el temor a enfermedades. ¿Por qué lo promueve?
En China fabricar un kilo de carne cuesta el doble que en Argentina. Creo que existe una buena oportunidad para que grandes productores chinos se instalen en la Argentina. Nosotros pusimos en contacto a la asociación de productores porcinos chinos y a los argentinos, y se firmó una carta de intención. Los chinos tienen una producción sofisticadísima. Pero hay gente que entiende que va a complicar la ecología argentina. Yo no lo creo porque es producción limpia y estéril. Va a pasar como con la celulosa, que terminó en Uruguay. Perdemos oportunidades.

Todo esto se da en un contexto argentino complicado: cepo al dólar, carga impositiva alta. ¿Cómo se puede lograr un buen clima de negocios en este escenario?
Es muy difícil. Creo que lo primero es la previsibilidad. Cambiar leyes todo el tiempo no ayuda a un buen clima de negocios en ninguna parte del mundo. Si importás materias primas y no las podés pagar es un problema. Y Argentina necesita una reforma fiscal. Me imagino que no debe ser fácil con el déficit tan alto, pero es necesario. A mí me preocupa ver a mucha gente importante que no está confortable en el país y está pensando en irse. Si perdés a la gente que tiene que invertir en el post Covid es difícil.

A propósito de marco regulatorio cambiante, ¿qué opina del DNU que declara servicio público a las telecomunicaciones?
La verdad que no lo sé. No es que no quiera contestar. No lo conozco bien. Veo en el sector empresario mucho rechazo. Siempre que hay mucha intervención del Estado el rechazo es grande. Creo que hay que diferenciar dos cosas: lo que son servicios públicos de los servicios para el público. Que una parte importante de la población no tenga conectividad es algo para preocuparse seriamente. Pero intervenir en tarifas para el público no me gusta tanto.

¿Cómo ve al sindicalismo argentino?
Hay dos temas. Políticamente, creo que comprendió que estamos en una situación muy crítica y se están buscando puntos de encuentro y acuerdo con la Unión Industrial Argentina. Creo que algún cambio debería hacerse en cuanto a la remuneración. La remuneración ligada a la productividad es algo que beneficiaría a la producción y al que trabaja. Hay cosas que el sindicalismo debería cambiar. Pero no hay que tomar a cada sector por separado. Todos deberíamos cambiar.

Hugo Sigman tiene 76 años y hace 51 está casado con la bioquímica Silvia Gold. Es psiquiatra e hincha de River. De joven militó en el Partido Comunista. Antes de emigrar, Sigman trabajó como visitador médico en la promoción de un producto energético para deportistas de élite. Tras el golpe de Estado de 1976, se exilió en España, donde hoy reside. Allí, hace 43 años, fundó en Barcelona su primera distribuidora de materias primas para productos farmacéuticos.

Ha pasado mucha agua y algunas pestes bajo el puente. Tiene tres hijos, diez nietos y uno más en camino. Dueño del Grupo Insud, multinacional con sede en España, es una de las personas más ricas de la Argentina. Hace 15 días se conoció el acuerdo por el que el laboratorio AstraZeneca le encargó fabricar 250 millones de vacunas contra el coronavirus para toda Hispanoamérica. Argentina anunció que comprará 22,4 millones de dosis.

Uno de los laboratorios de Sigman, Mabxience, fue inaugurado en Garín por el presidente Alberto Fernández en febrero. Elaborará el principio activo de la vacuna, que se envasará en México. Además de Mabxience, el Grupo Insud tiene Insud Pharma, Exeltis, Xiromed, es accionista de Sinergium Biotech, Elea Phoenix, la química Maprimed, Bioceres, Inmunova y Biogénesis Bagó. Las últimas preguntas:

Argentina fabrica muchos “genéricos” de marca pero hace pocas bioequivalencias para comprobar la eficacia comparada con el medicamento original. ¿Es una asignatura pendiente?
Sí. El organismo regulatorio argentino acepta más los estudios in vitro. Tiene esa información in vitro, pero no in vivo. Los estudios de bioequivalencia con personas dan mucha mejor información para saber cómo funciona el producto.

En otros países como México y Brasil se avanzó mucho en ese sentido. ¿Acá hay resistencia de la industria nacional?
No sé si resistencia. Hay muchos laboratorios que hacen bioequivalencias. Los remedios contra el VIH la requieren y algunos oncológicos también. Son estudios costosos. Yo lo que haría es un programa de bioequivalencias progresivas para que los medicamentos argentinos tuvieran ese estudio que garantice que todos los que están en el mercado sean iguales al producto de referencia. Sé que lo que digo probablemente no sea compartido por muchos de mis colegas, a los cuales quiero mucho, pero es una asignatura pendiente.

En el rubro agronegocios, Sigman produce granos, leche, carne y madera a través de Garruchos Agropecuaria, Pomera Maderas y Cabaña Los Murmullos. Además, publicó las revistas Tres Puntos, TXT, Le Monde Diplomatique y Review. Y tiene la productora de cine Kramer & Sigman Films, con la que produjo El Angel, Relatos Salvajes y La Odisea de los Giles, entre otras películas. Ahora estrenará la serie El Eternauta, por Netflix.

Es amigo del ministro de Salud, Ginés González García, a quien conoció en la adolescencia en el Nacional N°17, y del ex ministro Jorge Manzur. Con la pandemia de Gripe A, en 2009, le llevó a Cristina Kirchner la solución de fabricar la vacuna en el país. Sigman también aportó fondos para la campaña presidencial de Mauricio Macri, en 2015. En 2016, debió explicar el hallazgo en Ezeiza de 287 kilos de pseudoefedrina vencidos. Dijo que la mercadería había llegado de Suiza y su destino era Paraguay, para ser utilizada en la fabricación de un antigripal. El envío fue frenado y confiscado por la Aduana.

Sigman es un peso pesado en la Cámara Industrial de Laboratorios Farmacéuticos (CILFA), que agrupa a los laboratorios nacionales. Tras conocerse su acuerdo con AstraZeneca, la Cámara difundió un spot celebratorio. Allí habla del empresario como alguien al que "nada lo detuvo en su afán por crecer, competir y equilibrar la injusta distribución de la renta monopólica de las multinacionales farmacéuticas”.

Fuente: Clarín