(Madrid).- Con motivo del Día Mundial Sin Alcohol, que se celebra este 15 de noviembre, la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD) ha recordado las consecuencias de su consumo elevado y prolongado para la salud en general y para el hígado en particular.

José Miguel Rosales Zábal, portavoz de la FEAD, señala que el alcohol produce en el hígado lo que llamamos hepatopatía alcohólica, que es un espectro de lesiones que se agrupan en tres síndromes fundamentalmente y que además son evolutivos en gravedad y dificultad de tratamiento: la esteatosis hepática alcohólica o hígado graso por alcohol en fase inicial, la hepatitis alcohólica y la cirrosis hepática alcohólica, que son etapas más graves de la misma enfermedad.

En España se estima que el alcohol es el responsable del 40-50 por ciento de los casos de cirrosis hepática, siendo así la principal causa de cirrosis. En cuanto al cáncer de hígado, entre un 20 y un 50 por ciento de los cánceres de hígado que se someten a trasplante hepático son debidos al alcohol.

Efectos nocivos sobre el hígado

La gravedad y dificultad del tratamiento de las hepatopatías viene demostrado por las bajas cifras de supervivencia a largo plazo. Solo sobreviven más de cinco años el 58 por ciento de los pacientes con hepatopatía alcohólica, el 49 por ciento de pacientes con cirrosis provocada por el consumo de alcohol y el 33 por ciento de pacientes con hepatitis alcohólica sobre una cirrosis previa.

Los efectos nocivos del alcohol sobre el hígado vienen definidos por múltiples factores, comenta Rosales Zábal. Por un lado, relacionados por los efectos sobre el propio órgano y su metabolismo, y, por otro lado, relacionados con la propia susceptibilidad de cada persona, pues los daños no son iguales en todos.

El 90 por ciento del alcohol que absorbe el organismo se metaboliza en el hígado a través de los hepatocitos, en las que el alcohol se oxida transformándose en acetaldehído, responsable de los efectos nocivos del alcohol.

El acetaldehído es capaz de estimular el sistema inmune y activar sustancias inflamatorias que dañan las células del hígado, degenerándolas y produciendo su destrucción. Además, puede provocar fibrosis.

La susceptibilidad individual no se conoce con exactitud, pero hay varios factores que influyen en aumentar el riesgo de desarrollar hepatopatía alcohólica: la edad (es más frecuente entre los 40 y 50 años), el sexo (las mujeres son más susceptibles), la raza (es más común en americanos, africanos e hispanos), el consumo de tabaco, la obesidad, el tipo de bebida y la forma de consumirla, factores genéticos, o el consumo de alcohol con medicamentos que puedan potenciar su efecto dañino y que son tan habituales como el paracetamol.

La abstinencia no es suficiente

En la fase más inicial del daño hepático, cuando se trata de hígado graso o hepatitis leve, el abandono del alcohol evita la progresión del daño e incluso puede revertirse. Las hepatitis agudas por el alcohol necesitan hospitalización, tratamiento nutricional y a veces con corticoides.

Sin embargo, en fases avanzadas, con cirrosis, el daño es irreversible. En estos casos, el abandono del alcohol disminuye, aunque no lo suprime, el riesgo de poder desarrollar un cáncer de hígado o bien otras complicaciones de la cirrosis, como la aparición de líquido en el abdomen, hemorragias digestivas, encefalopatía hepática, etc. El trasplante hepático es una opción en situaciones de muy mala función hepática y siempre que la persona no beba nada de alcohol desde hace más de seis meses.

Fuente: Redacción Médica