(Buenos Aires).- El lunes próximo el Grupo Sidus presentará en la Rural de Palermo la variedad de papa Spunta TICAR, modificada genéticamente para lograr resistencia al virus PVY. Fue desarrollada por la empresa Tecnoplan, cuyo titular es Marcelo Arguelles, con la colaboración del INGEBI-CONICET. Arguelles logró, de esta manera, contar con el primer transgénico aprobado y liberado al mercado en la Argentina.

Es otra muestra de la capacidad científica y la visión de los empresarios de la bioeconomía, que invirtieron mucho dinero en el desarrollo, y mucho más en todo lo que implica el proceso desregulatorio, muy costoso cuando se trata de transgénicos. Hay que lograr la aprobación del Senasa, que evalúa todo lo relacionado con la inocuidad, y de la Conabia, que analiza el eventual impacto ambiental de su liberación al medio.

En la Argentina, además, el Estado se arroga la facultad de evaluar el impacto comercial, algo que no sucede por ejemplo en los EEUU, donde el gobierno considera que la cuestión comercial es ámbito de los actores privados. La gente de Sidus tuvo más suerte que Bioceres con el sonado evento HB4 en trigo: ambos habían sido aprobados por Senasa y Conabia, pero la papa Spunta TICAR logró la autorización para ser cultivada, mientras el trigo HB4 fue explícitamente cajoneado por la secretaría de Agroindustria que conduce Luis Miguel Etchevehere.

No se comprende bien la diferencia. Se dice que la razón por la que no se aprueba un trigo GMO (Organismo Modificado Genéticamente) es porque va para consumo humano directo. El argumento parece poco sólido, porque la papa Spunta TICAR no es para pasar por el parabrisas cuando llueve ni para hacer almidón para planchar delantales. Es para hacer papafritas, igual que la Innate de Simplot que se vende desde hace un tiempo en los Estados Unidos. Mc Donalds no la usa porque teme perder clientes, pero no por eso el gobierno norteamericano va a trabar su uso. Es inocua, no impacta en el medio ambiente, ya está.

Pero hay algo que llama más la atención. En estos días, tanto Etchevehere como su jefe de Gabinete Santiago del Solar, seguramente con el afán de justificar su extraño accionar, aventuraron que el camino de la edición génica “es mejor” que la transgénesis. Es cierto que la edición génica no padece todavía la parafernalia de requerimientos que se le exigen a los transgénicos. Pero en la vieja Europa ya están por ponerlos a la par, con lo que sus ventajas de costos desaparecerán más pronto que tarde. Pero lo más importante es que “edición” es eso: edición de lo que hay. Yo soy editor. Borges era escritor. ¿Se entiende?

Cuando uno edita un germoplasma, está limitado a lo que contiene ese ADN. La propia Bioceres tiene un largo recorrido en esta materia, habiendo logrado un girasol con aceite de mejor calidad, también con la colaboración del sistema público de investigación y desarrollo.

Pero el trigo y la soja tolerante al stress hídrico fueron posibles incorporando genes del girasol. Es absolutamente novedoso a nivel mundial. Nadie siguió el camino contrafáctico de la doctora Raquel Chan: encontró que el girasol es insensible a las señales de sequía. Entonces no se defiende, como hacen otras especies, cerrando estomas ante el primer faltante de agua, lo que significa perder rinde.

Lo notable es que funciona, y que se hizo todo el gasto que la conducción oficial le quiere ahorrar a los fitomejoradores. En esto el Conicet y Bioceres invirtieron más de diez años, para que al final el gobierno decida que tendrían que haber hecho edición génica, o que los consumidores no lo van a comprar.

Es como si el gobierno norteamericano decidiera prohibir el Tesla de Elon Musk porque es muy caro su desarrollo, y ya Toyota hizo el Prius que también es bueno para la sociedad y el medio ambiente. Dejen que elijan los clientes.

Fuente: Clarín