(Bogotá).- Mientras que el costo de vida en general descendió 0,13% en el país durante julio, los precios de la salud tuvieron un incremento de 0,17%, ocupando el segundo lugar, después de la vivienda, que se encareció 0,25%, según el Dane.

Y no se trata de un dato aislado; de hecho, si se mira el año corrido (agosto del 2017 a julio del 2018), la educación se ubica en segundo lugar con 5,91%, pero la salud se mantiene incólume detrás con 3,88%, mientras que el IPC general estuvo en 2,34%.

Y aunque la brecha entre el índice básico y el índice en salud ha tendido a estrecharse en los últimos dos años, lo cierto es que el ritmo de las subas en este segmento de gasto es mucho mayor al mirar el espectro más amplio de la última década, cuando el IPC general aumentó en 42,1 puntos mientras que el de la salud lo hizo en un 60,7% acumulado.

Eso quiere decir que si algún servicio o producto de ese segmento del gasto le costaba a un ciudadano del común 100 pesos en el 2008, en el 2017 por ese mismo concepto tuvo que pagar poco más de 160 pesos.

Acá hay que tener en cuenta que este índice mide no solo el gasto que hace el Estado en salud sino lo que sacan de su propio bolsillo las personas de a pie.

Pero, ¿por qué la salud sube mucho más que la comida, el vestuario, el transporte o la diversión?

Jairo Humberto Restrepo, director del Grupo de Economía en la Salud (GES) de la Universidad de Antioquia, explica que no se trata de una particularidad de Colombia, sino de un fenómeno mundial debido al alto costo de las nuevas tecnologías y el comportamiento del precio de los medicamentos.

En nuestro caso particular, el hecho de que la mayor parte de la salud involucre algún componente tecnológico, que son importados en su mayoría, implica una posibilidad mayor de carestía porque dependen de las fluctuaciones del dólar y el euro.

Así, por ejemplo cuando se incluye un nuevo dispositivo para una enfermedad que cuesta el doble que la terapia con la que hasta ese momento se trataba dicha patología, este es adquirido por un prestador.

Cálculos de Acemi, el gremio de la EPS más grandes del régimen contributivo, indican que en el territorio nacional, si se desagrega el gasto en salud, dentro de este los ‘servicios en salud’, es decir lo que cobran clínicas, hospitales y laboratorios (entre otros) por las consultas, estadía o procedimientos que realizan cuando les llega un paciente pesan un 18%, en tanto que ‘bienes y artículos de salud’, en el cual están los medicamentos y aparatos de uso médico, implica un 60%. Por otra parte, ‘gastos de aseguramiento privado y otros’ valen un 21% del total.

En el primero de los factores es importante aclarar que los precios no están regulados y por eso, si una persona va a una IPS a que la atiendan a través de la afiliación a una EPS la factura para el pagador tendrá un precio, pero seguramente será mayor si va como particular o con el Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito (SOAT).

En cuanto al segundo, la razón para que su valor aumente a niveles mayores es que casi todos son productos de alta tecnología, importados, y por lo tanto están sujetos a las fluctuaciones del peso con relación al dólar y el euro. Por otra parte, en general se trata de elementos que no están regulados y debido a eso son los productores y distribuidores los que determinan el monto de venta al público.

En el aseguramiento privado, normalmente las pólizas se ajustan cada año dependiendo del nivel de siniestralidad. El asunto es que se trata de una variable que genera carestía a medida que la esperanza de vida de la población mejora, por lo cual la gente soporta más achaques y se enferma con más frecuencia.

VISIÓN HISTÓRICA

El análisis del comportamiento histórico indica que en el 2008 la inflación de la salud en Colombia fue de 7,6% (la global estuvo en 5,29) y bajó al 2% al año siguiente. El periodo coincide con la reducción del precio de la divisa norteamericana de $2.243 a $2.044.

En los siguientes años, cuando el dólar se mantuvo más estable, trazó una línea más llana al variar entre el 3,17% en diciembre del 2010 al 1,93% en el 2013, incluso por debajo del PIB general. De ahí en adelante, trepó la pendiente hasta el 2016, cuando, a diciembre, la inflación en salud de todo el año estuvo en promedio en 8,14%. No es coincidencia que en esos mismos tres años el dólar empezó en $1.768 y culminó en $2.916. Luego ha bajado igualmente por la variación positiva del peso frente al billete verde y, posiblemente, por medidas como el control al precio de algunos productos farmacéuticos.

Al ser preguntado sobre cómo poner en cintura la inflación en la salud, el presidente de la Asociación Colombiana de Hospitales y Clínicas (ACHC), Juan Carlos Giraldo, acota que, de hecho, ya está muy controlada. Además crítica que la canasta sectorial que pondera el Dane solo incluye algunos medicamentos y elementos, fuera de que también debería ser comparada con los costos del productor (en su caso las IPS), donde juegan otras variables, para tener una visión más objetiva. “Por ejemplo, el 60% del gasto de los hospitales son por personal y por eso el aumento del salario mínimo influye tanto en ese ítem”, añade.

Por su parte, el presidente de Acemi, Jaime Arias, menciona fórmulas como ganar más eficiencia en el gasto, controlar (en precio y frecuencia de uso) las nuevas tecnologías y entrar en la onda de muchos países que incorporan más medicamentos genéricos. “Por lo demás, la inflación en salud no tendría por qué variar mucho del IPC general”, subraya Arias.

Para Restrepo, el director del GES, lo esencial sería garantizar la libre competencia, en medicamentos y servicios, “de manera que los precios del sector respondan al juego de la oferta y la demanda. Y si no basta, toca regular”, concluyó el representante. 

Fuente: Portafolio